Las notas resonaban por los pasillos. Los fríos muros de piedra
encerraban la música de historias pasadas. El recordar de las leyendas
era lejano. Ya nadie se acuerda de aquella época en la que los salones
del castillo estaban llenos de vida. Ahora solamente quedan cuadros
enmohecidos por siglos de humedad y alfombras harapientas para cubrir un
suelo pisoteado por miles de personas. Las telarañas ocupan los altos
de los pasillos formando velo neblinoso que se agita cuando el viento se
desliza entre ellas. El castillo que antaño era majestuoso ahora solo
es un recuerdo ruinoso. Pero en lo alto de la torre algo perdura. Los
siglos han hecho mella en los muros de la torre, desgastandolos, pero la
habitación continua como siempre. Una habitación que parece estar
detenida en el tiempo, en un eterno letargo. Muebles impolutos, una cama
que no llego a utilizarse, las flores siempre frescas en las mesillas. Y
una vela. Una vela inmóvil, encendida y luminosa. Una vela que lleva
encendida desde que el ultimo dueño del castillo la dejo ahí. Hace
siglos...
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