Crónicas de Denver - Parte III

sábado, 13 de abril de 2013



Oscuridad. Soledad. Y hambre, mucho hambre. Llevaba varios meses encerrado, o al menos eso calculaba. Por el sonido de mis tripas debían de alimentarme una vez al día. Debía de haber perdido varios kilos en los meses que llevaba encerrado. Me notaba famélico y el pelo me caía greñudo por la cara hasta los hombros. Hacía meses que no veía a otro ser humano y había olvidado el sonido de mi propia voz.
Desde que me lancé contra la mano que introducía la comida en el cubículo, en un acto de desesperación, no se había vuelto a abrir la trampilla. Cada día aparecía, misteriosamente, la misma bandeja con un trozo de pan y una jarra de agua en una esquina de la habitación, y a la hora desaparecía igual de misteriosamente que había aparecido. Nada indicaba que mis captores tuvieran un mínimo interés en mí.
Un día, después de ingerir rápidamente la hogaza de pan por miedo a que desapareciera, me tumbé en el camastro, y al instante caí dormido.
Cuando desperté, lo primero que me llamó la atención fue la luminosidad, volvía a haber luz, pero no me encontraba en mi pequeño cubículo. Estaba en una especie de mesa metálica con las muñecas y los tobillos encadenados a unos grilletes. Me sacudí intentando liberarme. De repente, la mesa empezó a enderezarse y pude ver lo que había delante de mí. Una hoguera crepitaba acogedoramente. En frente, un sillón tapizado de rojo me daba la espalda.
-Así que nuestro joven prisionero se ha despertado ya- dijo una voz proveniente del sillón- Creo que es hora de que sepas quién soy.
Poco a poco el sillón fue girándose hasta quedar cara a mí, que quedé petrificado al contemplar la cara de mi captor.
Y ahí estaba él. No había cambiado nada desde la última vez que lo vi. Sus ojos oscuros, fríos calculadores me observaban mientras sonreía con insuficiencia. Tan despectivo como siempre. Todavía no podía creerme que algún día fuésemos amigos. Un batín a juego con el sillón cubría su cuerpo recostado contra el respaldo. Un aire divertido se advertía en su expresión.
¿Que quién era él? Alguien muy conocido para mí. Demasiado. Para explicaros mi sorpresa al encontrarle en aquel lugar debería remontarme al comienzo de todo. El comienzo de mi historia. El comienzo de una leyenda.

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