Oscuridad.
Soledad. Y hambre, mucho hambre. Llevaba varios meses encerrado, o al menos eso
calculaba. Por el sonido de mis tripas debían de alimentarme una vez al día.
Debía de haber perdido varios kilos en los meses que llevaba encerrado. Me
notaba famélico y el pelo me caía greñudo por la cara hasta los hombros. Hacía
meses que no veía a otro ser humano y había olvidado el sonido de mi propia
voz.
Desde que me
lancé contra la mano que introducía la comida en el cubículo, en un acto de
desesperación, no se había vuelto a abrir la trampilla. Cada día aparecía,
misteriosamente, la misma bandeja con un trozo de pan y una jarra de agua en
una esquina de la habitación, y a la hora desaparecía igual de misteriosamente
que había aparecido. Nada indicaba que mis captores tuvieran un mínimo interés
en mí.
Un día, después
de ingerir rápidamente la hogaza de pan por miedo a que desapareciera, me tumbé
en el camastro, y al instante caí dormido.
Cuando desperté,
lo primero que me llamó la atención fue la luminosidad, volvía a haber luz,
pero no me encontraba en mi pequeño cubículo. Estaba en una especie de mesa
metálica con las muñecas y los tobillos encadenados a unos grilletes. Me sacudí
intentando liberarme. De repente, la mesa empezó a enderezarse y pude ver lo
que había delante de mí. Una hoguera crepitaba acogedoramente. En frente, un
sillón tapizado de rojo me daba la espalda.
-Así que nuestro
joven prisionero se ha despertado ya- dijo una voz proveniente del sillón- Creo
que es hora de que sepas quién soy.
Poco a poco el
sillón fue girándose hasta quedar cara a mí, que quedé petrificado al
contemplar la cara de mi captor.
Y ahí estaba él.
No había cambiado nada desde la última vez que lo vi. Sus ojos oscuros, fríos
calculadores me observaban mientras sonreía con insuficiencia. Tan despectivo
como siempre. Todavía no podía creerme que algún día fuésemos amigos. Un batín
a juego con el sillón cubría su cuerpo recostado contra el respaldo. Un aire
divertido se advertía en su expresión.
¿Que quién era
él? Alguien muy conocido para mí. Demasiado. Para explicaros mi sorpresa al
encontrarle en aquel lugar debería remontarme al comienzo de todo. El comienzo
de mi historia. El comienzo de una leyenda.
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