Vientos del pasado

domingo, 4 de agosto de 2013

El suelo es un borrón verde que se mueve fugazmente debajo suyo. Hectáreas de bosque son dejadas atrás mientras la cigüeña contempla el horizonte. El sol deja ver sus rayos entre las cumbres que rodean el valle, y entre los arboles se puede vislumbrar el río que da vida a todo este paraje.
Impulsada por las corrientes cálidas, la cigüeña se eleva hacia lo alto y se dirige a su destino: iluminada por los tímidos rayos de sol del amanecer, se yergue impasible a los siglos la torre del monasterio. Generaciones y generaciones de cigüeñas han vuelto durante siglos a este monasterio tras su emigración anual.
Con la elegancia propia de su especie, la cigüeña se posa en el tejado de la torre. Chasquea el pico y contempla el paisaje que se extiende a su alrededor. A su izquierda, el pueblo comienza a despertarse, las calles empiezan a llenarse de personas que se dirigen al trabajo y a la compra. El campanario de la iglesia de san Andrés se recorta contra el cielo mientras sus campanas tañen marcando la hora. Un nuevo día empieza en Rascafría.
A su derecha, la carretera se pierde sinuosamente entre los montes del puerto de Cotos, como una serpiente reptando entre la maleza.
Y al frente un puente. Un puente que une el monasterio con la otra orilla del río. Un puente sobre el que han pasado siglos de historia, el Puente de la Reina. Un puente también conocido por ser el lugar donde los presos imploraban su perdón, un puente regado por lagrimas amargas de quienes no lo obtenían y llantos de felicidad de aquellos que escapaban de la condena.
El viento sopla y agita el plumaje de la cigüeña, que impasible aguanta enhiesta. El aire es frío, son los primeros días de febrero, pero el viento le trae ecos de un pasado mas frío si cabe.

                                                                 •              •              •

El carro es arrastrado por dos caballos, el golpeteo de los cascos contra las piedras de la calzada y el tintineo de las bridas de los caballos rompen el sepulcral silencio que rodea el lugar. Ha sido un año frío, la nieve se amontona a los lados de la calzada, y fragmentos de hielo se han formado entre las piedras.
En el carruaje el aire gélido del invierno entra a través de la única ventana que hay. Unas manos encadenadas se aferran a los barrotes. Dentro, el dueño de las manos se deja caer en una esquina mientras murmura para sí. Viste un atuendo harapiento, pero le da igual el frío. Le da igual el frío que le recorre todo el cuerpo, le da igual estar encadenado, le da igual la vida.
Lo ha perdido todo, ha perdido su casa, su libertad y la mujer que amaba. ¡Oh!, esa mujer... Dueña de sus sueños, motivo de sus delirios y musa de sus encantos. Cierra los ojos y aun puede ver su figura, engalanada con sus ropas de seda, mirando por la ventana mientras el viento mueve su oscuro cabello. Gira la cabeza y sonríe. La sonrisa le ilumina la cara mientras sus ojos lucen con luz propia.
Es el único recuerdo que le reconforta, pero a la vez le sume en la más infinita desesperación. Sabe que nunca mas volverá a verla, a besarla, a tenerla entre sus brazos.
Condenado por un crimen que no cometió, el carruaje le lleva al lugar donde todo acabará. Sabe que no tiene nada que hacer, la palabra de un mercader no tiene valor frente a la de un noble. Sabe que perdió la vida en el momento que lo descubrieron en esa habitación. Sabe que en estos tiempos no existe la esperanza.
Los caballos se detienen a la voz del cochero con un chirrido, y el carro resbala unos centímetros por las piedras heladas. Oye unos pasos que se acercan y la puerta se abre de golpe dejando pasar el viento helado. Unas manos le cogen con brusquedad y lo arrojan fuera del carro. Las frías piedras de la calzada le golpean en el labio y nota el sabor salado de la sangre en su boca. Las mismas manos lo levantan del suelo y lo obligan a avanzar.
El preso avanza tambaleante y levanta la cabeza. En frente suyo un grupo de personas le espera, detrás de ellos el Puente de la Reina aguanta imponente el paso del río Lozoya. Poco a poco va a avanzando hacia ellos. Reconoce algunas caras, el alguacil le mira sin inmutarse y algunos nobles de la zona hablan entre si despreocupadamente.
El preso llega a su altura y todos guardan silencio. Los guardias que lo empujaban le obligan a arrodillarse. Aparta la vista del alguacil y mira las piedras del suelo.
Con voz sonora el alguacil comienza hablar:
-El comerciante José Alvante, hijo de Jorge Alvante, de la villa de Madrid, es acusado de asesinato de Diego Hurtado de Mendoza, señor de Hita y de Buitrago
Los nobles comienzan a murmurar mirando al preso con desprecio.
-Los cargos y acusaciones serán leídos a continuación- continua el alguacil -el aquí presente José Alvante fue acusado por el hijo del señor Diego Hurtado de Mendoza, Iñigo Lopez de Mendoza, tras encontrarle en sus aposentos con una daga en la mano y el señor herido de muerte en el lecho. El acusado intentó escapar, agredir al hijo del señor, y le acusó de ser el culpable.
El preso levanta la cabeza y mira impasivo el rostro del alguacil, quien continua.
-De esta manera, José Alvante está acusado bajo los cargos de injurias y asesinato. ¿Tiene algo que alegar?
El preso mueve de un lado a otro la cabeza negando. Sabe que cualquier cosa que intente decir será inútil, lo único que puede hacer es esperar que todo acabe rápido.
-Con esta negación, acepta su culpabilidad. Queda pues, José Alvante, declarado culpable de injuria y asesinato. La pena por injuria contra un noble es la pérdida de la lengua. La pena por asesinato es la horca. Su ejecución tendrá lugar al amanecer dentro de dos días. El juicio ha terminado.
Los guardias levantan al preso. Pero antes de andar, el preso empieza a hablar dirigiendose al hijo del señor.
-Puede que con mi muerte creas que todo se ha solucionado- comienza con voz ronca -pero algún día alguien sabrá la verdad. Llegará un día en el que alguien, cansado de vuestra tiranía, decida terminar con ella. Y en ese momento de nada te servirá esconderte tras eso que tu llamas "justicia". Ese día se hará verdadera justicia, y las posiciones habrán cambiado. Recuérdalo.
La voz rota del preso desaparece mientras el silencio llena el lugar. El hijo del señor mira pálido al preso. Parece que intenta responderle pero no le salen las palabras. Antes de que pueda decir nada, el preso es arrastrado por los guardias de vuelta al carro. Los nobles y el aguacil entran en sus carruajes y parten del lugar.
El preso vuelve al rincón de su carruaje, melancólico y frío. Sabe que es el final, pero está convencido de lo que ha dicho. Sabe que llegará un día en el que las cosas cambiarán. Y eso le da las fuerzas necesarias para enfrentarse a su final. El carro empieza a moverse y se aleja por la calzada nevada. Los primeros copos del día tocan el suelo con suavidad. Se oye a una cigüeña chascar el pico a lo lejos.


El alba empieza a iluminar la ventana de la torre. Los primeros rayos de sol iluminan su rostro pero ella no los nota. Sus manos heladas están apoyadas en el alféizar de la ventana. Sus ojos grises miran fijamente mas allá de las montañas. Sus cabellos oscuro se mecen suavemente con el viento.
Ha amanecido. Dos lagrimas resbalan lentamente por su mejilla hasta caer en su regazo. Sabe que a varios kilómetros de allí el único hombre al que ha amado acaba de morir. Nunca habrá otro como él. Nunca perdonará al culpable de su muerte.
Desde la ventana ve pasar planeando una cigüeña. Una pluma blanca y negra cae de ella y se posa el el helado alféizar. Esa pluma será la autora de su última carta. Una carta empapada en lágrimas de dolor.
 
                                                               •              •              •

La mañana es fría, la tierra aun esta empapada por el rocío de la mañana. Junto a la sombra de un árbol se alza una lápida. Los siglos han deteriorado la lápida pero en ella todavía se pueden leer unas palabras.

José Alvante

1379 - 1404

"La muerte no es un castigo
si con ella logras un cambio"

Lentamente del cielo cae una pluma y se posa frente a la lápida. Una pluma blanca y negra. 

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