Libertad

martes, 18 de febrero de 2014

Libertad. Fue lo primero que pensé cuando contemplé por primera vez el movimiento rítmico de las olas añiles de aquel gran océano. La libertad de poder surcar las infinitas aguas de aquel océano que se unían con el horizonte con un punto que no alcanzaba con la vista.
La libertad del agua que se mecía por el viento sin miedo a nada, porque sabe que tiene la eternidad para ella. Una eternidad de noches bajo la luna y de días bajo el viento.
Vi como la arena era arrastrada por la espuma de las olas y pensé que esa arena era libre. Esa arena había recorrido mundo. Podía ser la arena que siglos atrás gente como yo pisara en la otra punta del mundo. La arena en la que alguien haba enterrado los pies mirando al mar. La arena que dentro muchos años seguiría estando ahí.
Al igual que el sol. Ese sol había iluminado a grandes hombres de la historia y ahora me iluminaba a mí, un don nadie en medio de este infinito universo. Pero, al fin y al cabo, es lo que somos todos, insignificantes motas de polvo en la eternidad del tiempo y la inmensidad del universo.
Me tumbé en la arena y noté como la suave brisa marina recorría cada centímetro de mi piel provocando que se me erizasen los pelos en un escalofrío. Entrelacé mis dedos con la arena y dejé que se escurriera entre ellos como si de agua se tratase. Aspiré el aire, llenando mis pulmones de el aire con olor a salitre. Cerré los ojos. Libertad.

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