Crónicas de los Durledain - Parte III

martes, 1 de abril de 2014

El desconocido apartó cuidadosamente los pliegues del bulto y fue dejando ver aquello que ocultaba. Una multitud de fragmentos de algo parecido a un arma se amontonaban en la tela grisácea. Entre ellos, una empuñadura forjada con esmero reposaba brillante.
Los Durledain se amontonaron curiosos en torno al pequeño fardo. Solo Draín permaneció apartado con una expresión sombría en la mirada. Poco a poco se fue acercando, dejó el martillo en el suelo y se apoyó en la mesa, mientras los demás Durledain le hacían hueco.
El desconocido sacó de entre los pliegues de su túnica un pergamino, lo desenrolló lentamente y lo puso junto al fardo. Una multitud de laberínticos trazos recorrían el pergamino dejando entrever el esquema de una espada. Ninguno de los Durledain sabía lo que era. Nadie abrió la boca. Solo se oyó la voz de Draín en el silencio. Miró con intensidad al desconocido y dijo:
-¿Quién puede estar interesado en que este arma maldita sea forjada de nuevo? No se me ocurre nadie que pueda querer que esta espada sea reconstruida. Una espada que sesgó miles de vidas, una espada forjada para destruir, una espada que porta la maldad de la forja donde fue creada. Una espada maldita -los nudillos de Draín palidecieron por la fuerza con la que aferraba la mesa- Me niego a reforjar una maldición como esta.
-Oh, ya lo creo que lo harás, no creo que estés en posición de negarte. Puedo acabar con todos los aquí presentes con unas pocas palabras. Pero sería muy rápido y piadoso. No quiero que sea tan fácil. Quiero algo más doloroso. Quiero que sus gritos escapen de las cavernas donde os ocultáis y se oigan por los desfiladeros de la cordillera Dargo. Quiero que vuestra sangre apague vuestras forjas y que me supliquéis por vuestras vidas. Si decides forjar la espada de nuevo podrás ahorrarle el sufrimiento a tu especie, mi señor os proporcionará todo lo necesario para su forja, y cuando terminéis el trabajo seréis generosamente recompensados. Si por el contrario te niegas a forjarla, me encargaré personalmente -un brillo sádico refulgió en sus ojos- de torturar uno por uno a todos vosotros hasta que te convenzas de que es lo más conveniente. Estoy seguro de que por el bien de tu especie sabrás que es lo que quieres hacer.
Draín empezó a enrojecer de rabia contenida, cogió el martillo con fuerza y lo levantó, pero antes de que pudiera hacer nada una sola palabra resonó en los tímpanos de todos.
-¡Shazk! -siseó el desconocido.
Al momento, uno de los Durledain que les rodeaban comenzó a elevarse en el aire. Sus extremidades empezaron a separarse como si estuvieran siendo estiradas por cuerdas invisibles mientras el Durledain gritaba de agonía. Todos los presentes observaron como el desafortunado era desmembrado y su cuerpo inerte caía al suelo. Sus gritos terminaron tan rápido como habían comenzado. Todos los Durledain palidecieron a la vez y se fueron apartando del desconocido.
El desconocido miro sonriente a Draín.
-Está bien, la forjaremos -dijo Draín con la voz rota y los ojos vidriosos.

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