Crónicas de los Durledain - Parte IV

lunes, 21 de julio de 2014


Al escuchar las palabras de Draín el desconocido sonrió y se giró hacia la puerta. A medida que avanzaba se iba abriendo un pasillo entre la muchedumbre Durledain que les rodeaban. Cuando llegó a la puerta caída en el suelo, sin girarse siquiera dijo:
Tenéis dos meses para volver a forjar la espada. Si en ese plazo no habéis terminado buscaremos a otros que lo hagan. No creo que queráis que busquemos a otros, pues entonces no quedará ninguno de vosotros para contar que fuisteis los primeros...candidatos.
            Tras estas últimas palabras el desconocido siguió andando hasta que la penumbra envolvió su túnica y desapareció.
            Después de su marcha, Draín volvió a su banco de trabajo sin hacer caso del barullo que se montaba en la forja. Todos los Durledain se agolpaban en torno al cuerpo que yacía desmembrado en el suelo. Muchos lloraban, otros, completamente pálidos eran incapaces de decir una sola palabra. Tras un largo rato de caos en el que Draín, ajeno a todo, estuvo sentado mirando sombrío su mesa, se levantó y alzó la voz.
―¡Silencio! Ya habéis oído lo que hay que hacer. Quiero esa espada forjada. Y la quiero en menos de dos meses. No quiero a nadie llorando la muerte de nuestro compañero, no quiero lamentaciones ni malditos Durledain mirándose los mandiles. Ni miedos, ni lloros, ni vaguerías. No tenemos tiempo para ello. Cuando terminemos podréis soltar todas las lágrimas que no se os hayan secado en las forjas. Mientras tanto no quiero una sola lágrima. Los Durledain somos acero, y el acero no llora. No sé vosotros, pero yo tengo pensado vivir algo más de dos meses, y no pienso permitir que un solo hombre con capucha decida cuando he terminado de vivir. Tenemos un encargo y lo haremos. Forjaremos esa espada y tardaremos menos de dos meses. Si conseguimos forjarla antes de que termine el plazo nos sobrará tiempo para prepararle una sorpresa a ese endemoniado con túnica. No penséis que esto va a quedar así. ―los ojos de Draín refulgían mientras pronunciaba estas palabras― No penséis que vamos a pasar por alto la muerte de uno de los nuestros.
            Cuando terminó de hablar todos los Durledain le miraban en silencio. Después de unos segundos uno de los Durledain consiguió hablar.
― Pero Draín, esa espada tardó diez años en ser forjada a primera vez. Se necesitó la ayuda y el esfuerzo de cientos de nuestros antepasados para poder hacerlo. ―todos los presentes le miraron asintiendo― Sus técnicas de forjado hace siglos que fueron olvidadas. Solo somos una sombra de lo que un día fueron nuestros ancestros. Es una tarea imposible.
― No te falta razón, Doren. Fue una tarea titánica en su momento ―respondió Draín― pero contamos con una ventaja. Tan solo tenemos que reforjarla. La mayor parte del trabajo está hecha, no tenemos que crearla a partir de cero. Además, no todas las técnicas fueron olvidadas. Hay algunas técnicas que solo los descendientes de los primeros Durledain conocemos. Si trabajamos con eficacia conseguiremos terminarla y todavía nos sobrará tiempo para prepararle un regalito a ese desconocido. Vamos a darle lo que se merece a ese maldito niñato con túnica.¿Estáis todos conmigo?
Pronunció estas palabras gritando por encima de todas las cabezas que le miraban. Un murmullo creció entre los Durledain hasta que todos prorrumpieron en gritos de emoción.
― ¡Entonces a trabajar todos!
Con un orden propio de aquellos acostumbrados a trabajar en equipo empezaron a distribuirse por la forja. Dispuestos a forjar la espada maldita. La espada que sería su perdición.

No hay comentarios:

Publicar un comentario