Crónicas de los Durledain - Parte V

domingo, 2 de noviembre de 2014

Doren no había llegado a casa todavía cuando la tierra pareció estallar. Un estruendo resonó desde las entrañas de las montañas que formaban el valle por el que todos los días volvía a casa.

Era tarde, hacía ya varias horas que se había escabullido de las labores del pueblo para dar un paseo por el bosque que crecía en la falda de la montaña. Doren era joven, y como todo joven, las tareas domésticas que le obligaban a cuidar de los animales le aburrían. Le aburría aquel pueblo perdido en mitad de la nada, le aburrí la monótona vida en las montañas. Doren soñaba con huir de aquel pueblo en busca de aventuras, con la mochila a la espalda y la cabeza llena de historias que vivir. Soñaba con visitar el gran desierto del sur, dormir en los oscuros bosques del este y cruzar las estepas del lejano norte. Soñaba con conocer la capital del reino, recorrer las sombrías callejuelas de Marine y estudiar en la mística escuela de Nindor.

Pero a pesar de todo esto, al oír el estruendo proveniente de las montañas y sentir la tierra temblar bajo sus pies, nunca imaginó que su vida iba a cambiar drásticamente en pocos días.

Cuando el ruido por fin terminó, la curiosidad de Doren fue venciendo poco a poco al temor que tan extraño suceso pudiera haberle provocado. Siguiendo el origen de aquel ruido comenzó a subir por la falda de la montaña. Doren conocía esos montes como la palma de su propia mano. En sus escaso dieciséis años de vida había recorrido sus escarpadas laderas más veces que cualquier trotamundos del reino. Era capaz de llegar a la cumbre de cualquiera de las montañas desde su casa sin abrir los ojos. Conocía cada sendero, cada barranco y cada cueva de aquellas montañas. Por eso, cuando descubrió asombrado que el temblor había desprendido algunas rocas, no pudo evitar sentirse maravillado. Nuevas rutas aparecieron ante sus ojos, grietas inexistentes hasta entonces y entradas a cuevas que algunos desprendimientos habían descubierto la entrada.

Según subía, la curiosidad iba pudiendo con él hasta que al final no pudo más. Una cueva, poco más que una grieta ancha, se abría ante él. Doren se acercó a la entrada y decidió adentrarse un poco, no mucho, al día siguiente, con más horas de luz, tendría tiempo de sobra de investigarla más a fondo.

"Tía Lillian me va a matar" pensó Doren mientras se arrastraba al interior de la cueva. Su tía Lillian siempre le reprendía cuando llegaba a casa con la ropa hecha un desastre. Tía Lillian se pasaba media hora regañándole mientras se quejaba de Doren

-Este muchacho tiene la cabeza llena de pájaros ¿de dónde habrá sacado esas ideas que tiene?-refunfuñaba la tía Lillian-¿Cuándo va a madurar y dejar atrás esas tonterías de niños?

A pesar de todo, al final suspiraba y murmurando por lo bajo le añadía otro remiendo a la ropa.

"Solo un poco más" dijo para sí Doren mientras se levantaba del suelo y se sacudía la ropa, mirando con anhelo la oscuridad que ocultaba el interior de la cueva.

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